Celebración y procesión. La cofradía de Nuestra Señora de la Guía y su fiesta titular (1690-1700)
Yasir Armando Huerta
Introducción
La realidad social, económica y política del Antiguo Régimen hispánico en América entendida como todas aquellas actividades de lo cotidiano, su manera de interpretar la realidad, y de la organización social y sus relaciones humanas, estuvo decididamente influenciada por el catolicismo, especialmente tras la implantación y difusión de los cánones del Concilio de Trento (1545-1565) entre las últimas décadas del siglo xvi y mediados del siglo Entre otras cosas, esto impulsó la consolidación de la organización corporativa de las sociedades que integraron la monarquía católica. Destaca la fundación de corporaciones religiosas y laico-religiosas que sirvieron para controlar las manifestaciones devocionales de sus miembros y determinaron las formas de comportamiento colectivo e individual, además de ser difusoras de los códigos de conducta y moral impulsados, sobre todo, desde las jerarquías eclesiásticas (Pastor, 2004; Mayer, 2010; Lempérière, 2013; Campos, 2014).
Estas corporaciones, sin embargo, en mayor o menor medida se convirtieron en espacios donde sectores sociales alejados del poder político y eclesiástico, marginales o pertenecientes a los estratos sociales menos favorecidos (Castañeda, 2014; Córdova, encontraron lugar para manifestar sus formas particulares de devoción y convivencia; donde sus propias diferencias laborales, étnicas y culturales pudieron, en cierto modo, quedar minimiza-das a través de la participación colectiva en las grandes fiestas religiosas del calendario ritual católico, fuera como organizadores o agentes activos en dichos eventos, además de gozar hasta cierto punto de libertad de acción frente al control de los obispos, párrocos y frailes, representantes del poder institucional (Sánchez, 1999; Recueco, 2001; López, 2013). Entre estas corporaciones fundadas con fines devocionales las más importantes fueron, sin duda, las cofradías y las hermandades (Cal aham, 1998; Arizmendi,
Enfocadas en organizar los diversos cuerpos sociales bajo las normativas de la devoción, la piedad y el culto católicos y, sobre todo en el ejercicio de las obras de caridad o misericordia (Bazarte y Ayluardo, 2001: las cofradías fueron fundamentales para afianzar tanto las prácticas religiosas, como la idea de la importancia de los sacramentos y la participación de sus miembros en los rituales de la Iglesia, por tanto, constituyeron el principal cuerpo de devotos de la sociedad. Desarrollaban sus actividades principalmente en los espacios urbanos, donde la diversidad era tal que gracias a su espíritu de grupo, lograban darle a muchos individuos una identidad corporativa regulada a través de sus constituciones (Arizmendi, 2012), y abrieron las puertas de la salvación a todos aquel os que no contaban con los medios económicos para acceder a los sufragios y misas que podían obtenerse con la fundación de una capellanía y les permitió gozar del apoyo de sus hermanos en la fe.
Las cofradías y hermandades fueron las principales impulsoras de las manifestaciones públicas de la fe (Arias de Saavedra y López, 2012; López, 2013). Destacan en las procesiones de gran importancia como las celebradas durante la Semana Santa y Corpus Christi, en las recepciones de personajes ilustres como los nuevos obispos y virreyes en los reinos de Indias, igualmente en la inauguración de templos y conventos y en la celebración de sus fiestas titulares que implicaban su extensión hacia fuera de los recintos sacros como iglesias y atrios, para ocupar calles y plazas con sus figuras de bulto, andas, estandartes, cruces, ciriales y música (Robles, 1972 [t. iii]). Las fiestas marcaron muchas de las actividades de los cofrades, su preparación representó la movilización de esfuerzos materiales para su celebración y la fiesta como tal marcó la consolidación de la devoción por sus santos patronos.
El presente texto se circunscribe en la historiografía de la fiesta barroca novohispana en su vertiente religiosa y social, que comprende los años posteriores a la aplicación de la reforma tridentina y el cambio en el paradigma de la relación del poder eclesiástico con la Corona durante el proceso de las llamadas reformas borbónicas, y abocado en la interpretación de la importancia y significado que tuvo la fiesta de la cofradía para la organización y convivencia social de sus miembros, así como la creación de una imagen de poder corporativo, partiendo desde su posición como oficiales del gremio (Álvarez, 1997; Rubial, 1999, 2013; Mayer, 2010; Nava, 2015; Sigaut, 2015).
La temporalidad se ubica entre 1690 y 1700, tiempo en que se tiene la información más completa de la cofradía en relación a su fiesta, en medio de la poca documentación cofrade que ha llegado a nuestros días, y que permite hacer una reconstrucción del proceso histórico aquí estudiado a partir de los libros de recaudos y data elaborados por los mayordomos quienes cubrieron de manera, hasta cierto punto ordenada, el periodo aquí expresado.
El escenario
La ciudad de México de finales del siglo xvii y principios del xviii era una urbe en que la existencia de cofradías alcanzó un punto álgido en su historia. Se sucedían fundaciones de nuevas hermandades a lo largo y ancho de su geografía espiritual y tenían como sedes las iglesias de los conventos mendicantes, las parroquias de españoles y de indios, capillas al interior de la catedral misma, inclusive un templo construido ex profeso para una de ellas, la archicofradía de la Santísima Trinidad fundada por los maestros del gremio de sastres (Bazarte, 1989; Rubial, 1998, 2013; Florencia y Oviedo, 1995 [1755]; Vetancurt, 1982 [1698]).
Las cofradías fueron la base de las grandes celebraciones religiosas al convertirse en las promotoras de las devociones hacia sus santos protectores y aportar el capital y los recursos humanos para que se llevaran a cabo. La participación de los cofrades en la celebración de sus fiestas fue fundamental para lograr el objetivo común de congraciarse ante Dios y los santos, conduciendo los esfuerzos individuales de salvación a través del hermanamiento espiritual de sus miembros, y cuyos actos fueron dirigidos por la jerarquía de la cofradía y eclesiástica que mediante acuerdos en común plasmaron en las respectivas constituciones de las hermandades la obligación de participar en ellas.
Como parte de las fiestas de las cofradías, las procesiones dedicadas a los santos, vírgenes y Cristos, patronos de cada una de ellas, fueron parte importante de los festejos y un sello característico de las ciudades y otros asentamientos a lo largo y ancho del imperio español (Álvarez, 1997; Labarga, 2014; Luque, 2014; Farfán, 2017; Melgarejo, 2017). La capital de la Nueva España era un sitio privilegiado para el florecimiento de la religiosidad barroca donde no se escatimó en gastos para representar de manera adecuada la devoción hacia estos abogados celestiales. Las cofradías tenían una acción fundamental, además de crear un discurso simbólico y social en que la importancia de cada uno de estos cuerpos laico-religiosos se ponía de relieve frente a los demás, contando con los recursos materiales para hablar desde su posición como miembros activos de la Iglesia militante, pero a la vez desde su particularismo corporativo, afianzando sus prerrogativas tales como ocupar lugares determinados en el contexto de una procesión y gozar del reconocimiento por su antigüedad o prestigio social.
La ciudad de México se convirtió en un espacio adecuado para las representaciones colectivas del catolicismo, las iglesias se llenaron de adornos y se renovaron sus altares con ricos ornamentos de oro y plata, muchos de ellos costeados por los hermanos de las cofradías que tuvieron su sede en velas se consumieron por miles en los días señalados por los calendarios rituales de las hermandades, nuevas pinturas y esculturas de los santos fueron elaborados para incentivar la fe de los devotos, y las calles se llenaron de adornos suntuosos para acompañar el paso de las grandes procesiones que marcaron el devenir del tiempo temporal y sagrado, a la par de los repiques de campanas que fueron indispensables para la consolidación de esta idea del tiempo (Robles, 1972 y
Entre los numerosos templos, parroquias e iglesias conventuales, que a la par de la catedral metropolitana cubrían buena parte de la superficie de la capital novohispana, se erigió la iglesia de la Santísima Trinidad, cuya particularidad es que se construyó a instancias de una hermandad de sastres, calceteros y jubeteros quienes para honrar el misterio de la Santísima Trinidad e impulsar su devoción se constituyeron en corporación; de este modo lograron contar con los medios económicos suficientes para la erección de su capilla la cual con el paso de los años alcanzaría una dimensión arquitectónica importante (Salazar, 2012).
La iglesia de la Santísima Trinidad se convirtió en sede de la confraternidad de su advocación y, a partir de 1610, compartió espacio con la poderosa Congregación de San cuerpo religioso fundado a instancias del arzobispo Moya de Contreras, en 1577, para unir a los clérigos bajo las normas de una comunidad que les permitió contar con apoyo material y espiritual, además de representación como grupo social en el marco de la renovación tridentina (Schwaller, 1998). Esta iglesia también serviría de sede a otras hermandades que se fueron agregando a la cofradía trinitaria —a raíz de su elevación a archicofradía en 1588—, la mayoría de ellas fundadas por oficiales artesanos y otros que habían constituido gremios: San Crispín y San Crispiniano de los zapateros, Santo Cristo de la Salud, San Cosme y San Damián de los cirujanos, boticarios, flebotomianos y barberos; de la Preciosa Sangre de Cristo de los vendedores de cacao; la de Jesús Nazareno de los fruteros (Bazarte, 1998: 69); y, por último, dos cofradías fundadas por los mismos sastres, San Homobono y de la Guía, objeto de este estudio.
El templo contó para finales del siglo xvii y principios del xviii con una nave de importantes dimensiones, la llamada Capilla de la Lámina, sitio en que la archicofradía trinitaria exhibió las indulgencias recibidas por privilegio papal. A su lado se construyó el Hospital de San Pedro para la atención de los sacerdotes enfermos, viejos y dementes, y una sala capitular en donde se celebraban los cabildos de las confraternidades reunidas en su interior, así como las reuniones del gremio de sastres, que fueron los impulsores de la construcción de dicho lugar. Este espacio fue testigo de las fiestas de las hermandades residentes, y en especial de la dedicada a la virgen de la
La cofradía
Como ya se mencionó, esta confraternidad nació por la voluntad de los miembros del gremio de sastres, calceteros y jubeteros, en especial, los oficiales quienes constituyeron el grupo más numeroso de dicha corporación. En aquella época estos representaban la principal mano de obra de los oficios, y se dedicaban a perfeccionar sus conocimientos a fin de alcanzar el grado de maestros; la mayor parte del trabajo la desarrollaban en los talleres de sus superiores.
La cofradía fue fundada en 1680 ante la petición de 150 miembros del gremio quienes argumentaron la necesidad de contar un espacio para sus entierros y en donde pudieran realizarlos a un costo menor, ya que ellos eran personas de pocos recursos y pobres. Solicitaron el permiso ante el juez provisor Juan Cano Sandoval para poder contar con su propia hermandad a través de la cual pudieran llevar a cabo esta obra caritativa, aunado a la devoción y ejercicios piadosos que fueran considerados. La petición fue atendida de manera expedita y prácticamente en menos de un mes y medio los peticionarios obtuvieron respuesta Con este proceso resuelto y mediante el cual obtuvieron la licencia para ser reconocidos como una confraternidad en forma, al contar con la aprobación de las autoridades eclesiásticas —quienes para la época eran las encargadas de llevar el peso de la fundación y visita a las corporaciones laicorreligiosas además de aprobar las constituciones que regirían su vida corporativa (Bazarte, 1989: 51-56)— los oficiales organizaron su mesa de gobierno y establecieron que solamente ellos estarían autorizados para desempeñarse como diputados, mayordomo y mandatario (este último era el encargado de cobrar las limosnas semanales que los hermanos debían pagar a la
Ya establecida la cofradía se creó un sistema de devoción y protección espiritual para sus miembros, además de llevar a su ejecución las obras de caridad y obligaciones recíprocas adquiridas con su incorporación a la archicofradía de la Santísima Trinidad, que por obvias razones compartieron.Todo esto quedó plasmado en sus constituciones de las cuales se conservan algunas referencias sueltas. Pese a su origen gremial, y al igual que las otras hermandades fundadas por los sastres, calceteros y jubeteros, la cofradía de Nuestra Señora de la Guía fue una corporación abierta, es decir que recibió como hermanos tanto a miembros del gremio y sus familias, como a personas ajenas a estas actividades artesanales, por lo que pronto congregó a gente dedicada a otras actividades laborales y de distinta posición social.
Entre 1690 y 1700 las actividades de la cofradía se realizaron de manera ordenada y por la parte de los miembros de la mesa de gobierno los mayordomos elegidos entre los oficiales lograron mantener cierta estabilidad económica la cual les permitió cumplir cabalmente con los compromisos estipulados en sus constituciones: pagarles a los deudos de los cofrades difuntos 25 pesos en oro común para cubrir los gastos del entierro, velas y misas; entregar anualmente 10 pesos para apoyar al hospital de San Pedro; exigir el pago puntual de la limosna de la cera, que era de cuatro reales anuales, para asegurar al cofrade que seguiría recibiendo las indulgencias otorgadas a la cofradía; hacer el acompañamiento en las procesiones de Semana Santa y Corpus Christi en las cuales todas las confraternidades agregadas a la Santísima Trinidad estaban obligadas a
Los mayordomos cumplieron con la administración de los recursos económicos y bienes materiales pertenecientes a la cofradía, lo que habla del acierto en su labor, que se justificaba a través del aumento de los bienes de la corporación, consolidando su existencia. Con esto se demostraba que los oficiales tenían la capacidad de gobernar su propia corporación, ya que al obedecer a la dinámica sociojerárquica del gremio las otras hermandades fundadas por los sastres quedaron sujetas a la potestad de los maestros, a quienes por constituciones y ordenanzas se les reconoció la exclusividad de dirigir y encargarse de los intereses del
Pero ¿qué representó la virgen de la Guía para los cofrades? Es de llamar la atención que la advocación de la Madre de Dios a primera vista no tenía ninguna relación con el oficio de los fundadores de la hermandad, no obstante, fue adoptada por la comunidad como su patrona. En el momento histórico en el cual se centra este trabajo la devoción a la virgen había alcanzado una difusión prácticamente universal en el mundo católico a ambas orillas del Atlántico y en particular entre las cofradías, por tanto, podemos señalar que una agrupación integrada por devotos impregnados del marianismo de la época, no podía pasar de largo el acercarse a la Madre de Dios en busca de protección espiritual (Pastor, 2004: 193-212).
La virgen de la Guía
Madre de Dios y reina del Cielo, la virgen María obtuvo un renovado impulso en su devoción a través de la reforma tridentina y como parte de la estrategia discursiva y simbólica que enfrentaba a la Iglesia católica con los protestantes del norte de Europa, al establecer frente a ellos una legitimización de las prácticas religiosas en honor a la mujer sacralizada en cuyo vientre encarnó la salvación del género humano (Florencia y Oviedo, 1995 [1755]: 15-16; Pastor, 2010: 262-269). María, como madre y protectora, representó un papel fundamental en la devoción católica; en el ámbito hispánico fue una figura de primer orden en el acompañamiento de los devotos, que no sólo buscaron su protección a través de sus oraciones, jaculatorias y el rezo del Rosario, sino que también erigieron altares e iglesias en su honor (las catedrales fueron dedicadas a ella). Muchas corporaciones fueron puestas bajo su patronazgo como las órdenes mendicantes y las mismas cofradías.
La cofradía de Nuestra Señora de la Guía se ubica en la categoría de corporaciones marianas para cuya devoción se dedicaron los recursos económicos y materiales obtenidos a través de las limosnas por parte de sus cofrades a fin de cumplir con el ritual anual de conducir la fiesta de su abogada celestial a un buen fin. Por lo general, y en el caso de una cofradía gremial, las devociones estaban asociadas al trabajo de sus fundadores, santos que en vida habían sido parte del oficio en cuestión, pero en el caso de los patronazgos de la virgen María estos trascendían identidades colectivas tan cerradas como un gremio, y la virgen María fue adoptada por muchos oficios como su abogada celestial. Los sastres tuvieron por patrón a san Homobono de Cremona, primer personaje laico no perteneciente a la realeza —canonizado durante la Edad Media—, pero no fueron ajenos al culto mariano.
La advocación de la Guía era propia de la actividad de marinos y pesca-dores. En España gozaba —y goza— de la devoción de los habitantes de puertos y sitios relacionados con el mar y tenía presencia, principalmente, en Andalucía (Cádiz, Jerez de la Frontera, Corcoya, Osuna, Palos de Moguer, Palos de la Frontera), las Islas Canarias (Gran Canaria), Cantabria (Santander), Asturias (Gijón, Llanes, Ribadesella, Galicia (La Coruña, Pontevedra) y Cataluña (Barcelona, Manresa, Gerona y Tarragona), por mencionar algunos lugares (Santiago, 2015: 35-43). Las empresas de alto riesgo en el mar, los viajes ultramarinos, las partidas de flotas hacia una guerra o conquista, eran acompañados por los ruegos hacia esta advocación mariana, a la que se tenía como patrona entre los miembros de la hermandad del gremio de mareantes (navegantes) de Sevilla.
Nuestra Señora de la Guía fue también concebida como la protectora de los extraviados en los caminos y páramos; era quien guiaba a lugar seguro a todo aquel que la invocara, además de brindarle protección en su tránsito a cambio de lo cual lograba que aquellos que habían sido beneficiados erigieran ermitas o iglesias en su honor (Santiago, 2015: 35-43). En la iconografía generada por la cofradía la virgen es representada en compañía del Niño Jesús, como una madona, acompañada de símbolos relacionados con su advocación como el Probablemente se trata de la reproducción de un grabado europeo el cual sirvió para construir la imagen de la virgen que fue conocida por los cofrades y los devotos que asistían a la iglesia de la Santísima Trinidad, aunque no se descarta que sea la reproducción de la imagen de bulto de la virgen que poseían los hermanos, que estaba colocada en su altar o incluso era sacada durante las procesiones.
En cuanto al caso americano y de la expansión de la monarquía católica la virgen de la Guía fue parte importante en la conquista de Manila y la ocupación de las islas Filipinas llevada a cabo por el capitán Miguel de Legazpi. Su nombre formó parte de los protectores espirituales de las flotas de Indias y del Tornaviaje en el océano Pacífico, incluso bautizó las popas de muchos navíos que condujeron a hombres y mercancías a lo largo de la gran ruta marítima que unía a Asia con Europa, a través de la Nueva España (Santiago, 2015: 62). El convento franciscano en el puerto de Acapulco fue bautizado en su honor (Santiago, 2015: 42-43).
¿Por qué adoptar como abogada a la virgen de la Guía? Es probable que algunos de los fundadores fueran originarios de las ciudades en donde esta advocación fue muy importante, tanto en el plano devocional como en el identitario, lo cual construyó un puente entre aquellos sastres venidos de lejanas tierras que, a través del culto hacia una imagen religiosa común, afianzaron sus lazos de unión y hermandad, difundiendo la veneración por la santa imagen entre aquellos artesanos ajenos a la realidad sociorreligiosa española de la época, quienes terminaron adoptándola como patrona. Lamentablemente la documentación existente de la cofradía no hace mención del proceso de adopción ni del porqué, pero si partimos del hecho de la constante migración de gente oriunda de los reinos de España hacia la Nueva España, es posible visualizar la llegada de devociones locales y su posterior trasplante y adopción en el Nuevo Mundo.
La virgen fue elegida como patrona de los oficiales en su cofradía y de este modo su fiesta titular quedó asentada en la tradición religiosa de la hermandad, para establecerse el día 2 de febrero, día de la Purificación de Nuestra Señora —popularmente llamada la Candelaria—, celebración importante del ciclo anual mariano en el que los cofrades pusieron de su parte para llevar a cabo una fiesta lucida y con todo el boato necesario para su adorno y realce, razones suficientes para establecer un discurso simbólico en que los hermanos se presentaran como partícipes de la protección divina de la Madre de Dios hacia sus fieles.
La fiesta y su procesión
Debemos resaltar que la fiesta en honor de la virgen de la Guía no tuvo un día definido en el calendario litúrgico anual y, como puede observarse en el caso de las fiestas españolas, fueron las fechas relevantes en la historia mariana las que recibieron el mayor número de fiestas en honor a ella: la Asunción el 15 de agosto, la Natividad el 8 de septiembre y el Santo Rosario el 7 de octubre (siendo en particular una celebración de raigambre dominica, pese a su institución papal) las cuales sirvieron de marco para estos procesos sociorreligiosos, sin olvidar las promesas hechas ante sus imágenes de celebrarlas tras recibir algún favor divino. La virgen de la Guía fue celebrada en Llanes, Asturias, el 8 de septiembre; en Gran Canaria el 15 de agosto y en Portugalete, Vizcaya, el 1° de julio.
La Purificación, de acuerdo con la tradición cristiana, es el momento en que María es purificada luego de parir a Jesús, al presentarse en el templo del Dios hebraico, después de 40 días de total aislamiento de sus deberes religiosos y cotidianos, con el fin de cumplir con la ley mosaica, que además ordenaba presentar al hijo primogénito. Esta es la razón por la cual se festeja la llamada fiesta de las luces, o Candelaria, para celebrar la entrada al mundo del Redentor, la luz que iluminará el camino de la salvación para todos aquellos que reconozcan y sigan sus enseñanzas.
En un principio el 2 de febrero tuvo una fuerte carga cristológica, sin embargo, la purificación de María fue convirtiéndose en parte esencial del ciclo mariano. La Candelaria conllevó la celebración de una procesión en la cual, a través de las luces, se recuerda tanto la presentación de Cristo como el momento de la purificación. La bendición de las velas, o candelas, es el momento álgido en que se traslada la bienaventuranza y la protección divina a cada uno de los hogares a donde son conducidas estas ceras benditas.
El secretario del cabildo catedralicio, Bartolomé Rosales, nos permite conocer la manera en que esta fiesta se celebraba en la ciudad de México al dejar testimonio de la ceremonia acaecida en el año de 1686 en la catedral y que contó con la asistencia del virrey, el marqués de la Laguna, la Real Audiencia, el Ayuntamiento y el Real Tribunal de Cuentas:
Y subieron al altar mayor por el orden y forma ordinaria después de haber recibido las candelas el clero, monacillos y pertigueros y el virrey y los demás señores de los otros tribunales, recibieron cada uno las candelas de la mano del sacerdote celebrante, que fuel el señor don Bernabé Díaz, actual canónigo de sagradas escrituras. Y asistieron a la procesión, misa y sermón como se acostumbra (Albani, 2008: 194).
El mismo bachiller Rosales relata la preparación para que dicha ceremonia se llevara a cabo de acuerdo con el lustre requerido por su relevancia y la calidad de los asistentes:
Este día es la bendición y distribución de las candelas, que se hacen conforme a las rúbricas del Misal y ceremonial del señor obispo, solo con esta diferencia: que para la distribución se ponen tres sillas en medio del presbiterio, vueltas de espalda al altar, y en ellas están los señores del altar en pie mientras se distribuye al venerable cabildo que solo besan la vela, y sentados para todos los demás que las reciben y besan la candela primero y luego la mano (Albani, 2008: 194 [n. 73]).
Esta descripción de finales del siglo xvii nos permite tener una idea de lo que fue la celebración de la Candelaria por parte de miembros de los grupos de poder, tanto del virreinato como de la ciudad de México, los cuales, como se puede leer, se suscribieron a un minúsculo espacio ritual en el cual llevar a cabo la bendición de las candelas. Destaca su posición de privilegiados tanto desde el poder de la Corona como de la mitra y en aparente armonía, como una muestra de la unidad de las dos potestades encargadas de la correcta administración del virreinato (Lempérière, 2013), para posteriormente sumarse a la procesión de las velas en la que, guardando cada una su lugar correspondiente, encabezarían los demás cuerpos sociales que se hicieron presentes para la ceremonia de la bendición.
Para llevar a cabo su fiesta patronal incorporada a la celebración de la purificación de María la cofradía contó con un gasto recurrente en velas, cirios y otros enseres relacionados con la fiesta de las candelas apelando, como lo hicieron otras hermandades, a la figura de la limosna con el fin de abastecerse para todo el año de la cera necesaria. La limosna de la cera, de acuerdo con las cuentas de los años 1692 y 1694, fue obtenida como contribuciones en moneda, contabilizando en el primer año la cantidad de 172 pesos, 6 tomines; y en el segundo año 119 pesos, todo producto del pago anual de 4 reales por cada hermano que había sido admitido en Es probable que hayan existido pagos en especie, lo cual se infiere a partir de los retrasos en la entrega de la limosna, y para evitar la pena indicada en las constituciones y patentes que señalaban descuentos a la cantidad prometida para cubrir los gastos de esta habría sido la opción para algunos de los deudores.
El altar de Nuestra Señora de la Guía fue adornado con toda la gala necesaria para celebrarla de manera fastuosa. Contó con una peana de plata, blandones del mismo material, candelabros, cortinas, colgaduras de papel y manteles, complementado con las flores y las velas que alumbraron la imagen de la virgen. Cohetes, cámaras, castillos y otros ingenios pirotécnicos acom-pañaron los festejos, lo cual debió volver la atmósfera imperante algo ruidosa, como sucedía con la mayoría de las cofradías durante sus Los blandones de plata fueron elaborados en 1695 a un costo de 362 pesos, 6 tomines, por el maestro platero Juan de Cuevas —cuya esposa era hermana de la cofradía— quien además estuvo a cargo del arreglo y la limpieza de la lámpara que iluminaba el retablo, esto a un costo de 2 pesos, 6 reales y
No pudieron faltar los repiques de campanas, elementos inseparables de toda celebración católica, así como el cuidado y la limpieza de la iglesia para que la fiesta se desarrollara con toda la esperada, en la que tenían una importante participación los sacristanes y campaneros encargados de atender estos menesteres. En 1691, 1692 y 1695 Ignacio de Ribera recibió un pago anual de 6 pesos por aderezar el altar y encargarse de los repiques, dinero que seguramente se repartió con el
La fiesta se llenaba de flores, velas y cirios, cohetes y, aunque las fuentes no lo mencionen de manera explícita, seguramente se ofrecía una comilona para los cofrades y había bailes que representaban la parte mundana de la celebración, el momento en que los hermanos y los fieles expresaban su alegría y su agradecimiento por haber vivido un año más en un tiempo en que las epidemias, la violencia y la muerte repentina estaban muy presentes en la vida de muchos de los cofrades, o por el simple hecho de celebrar a su virgen patrona, o por la elección como mayordomo de un amigo, familiar o compadre que ameritaba el festejo.
Finalmente, el punto álgido de la fiesta lo componía la procesión en honor de la virgen de la Guía, el momento en que la devoción pasaba del espacio concedido propiamente al culto, como lo era la iglesia, a la plazuela de la Trinidad y las calles circunvecinas, lugares donde la vida y la dinámica de barrio definieron muchas de las actividades de sus habitantes reconociéndose como vecinos y miembros de un espacio enmarcado por la presencia del templo trinitario y, en especial, por las fiestas que las cofradías celebraban atrayendo a nuevos hermanos y dándoles la confianza y seguridad de que contarían con su apoyo caritativo ante el último trance de la vida (Salazar, 2012; Ramírez, 2014).
En la víspera de la fiesta, el 1° de febrero por la tarde, partía la primera procesión de Nuestra Señora de la Guía acompañada de música. El paso de la efigie se hallaba bien ornamentado, las andas engalanadas para la ocasión, provistas de jarrones de plata llenos de flores que le daban colorido, sin olvidar las velas necesarias para iluminar a la imagen y resaltar el mensaje de la fiesta. De acuerdo con la información que se puede rescatar respecto a las fiestas de 1694 y 1695, la procesión llevaba un acompañamiento de músicos, los cofrades vestían sus sayales rojos y, seguramente, el mayordomo y uno de los fundadores encabezaban la marcha y portaban el guion de la hermandad, la banderola o estandarte que la distinguían durante su participación en las celebraciones Los participantes llevaban velas encendidas para iluminar el camino de la imagen de bulto de la virgen.
Al día siguiente los cofrades realizaban sendas procesiones por la mañana y por la tarde con lo cual se cerraba el ciclo anual de la fiesta titular. Durante las procesiones era cuando podían demostrar su buen estado material y, por tanto, su capacidad de cumplir con los compromisos religiosos que asumían en sus constituciones; al realizarlas en buen orden y ornamentadas declaraban su capacidad como corporación y manifestaban públicamente su particularidad como una cofradía bien dirigida por los miembros del estamento medio del gremio de sastres de la ciudad, es decir, los oficiales que habían cumplido con su deber a lo largo del año, y que con dicha celebración cerra-ban el ciclo de preparación espiritual y material que les correspondía cumplir. Las misas cantadas durante la fiesta eran la muestra de esta capacidad administrativa, al poder cubrir los 10 pesos de su costo y la atención al cura o fraile que la oficiaba y daba el
La música solemne que debió acompañar el paso de la virgen de la Guía, además de los cantores que bien pudieron ir entonando himnos y alabanzas especiales para la en particular aquellas dedicadas a la Madre de Dios, debió crear una atmósfera que invitaba a la oración y la reflexión, lo que convertía la marcha en el espacio pensado para que los fieles recibieran lo mejor de los ejemplos de la fe y del orden social que se pensaba establecido por orden divino. No obstante, los juegos pirotécnicos y la comilona mostraban la otra cara de la devoción, menos solemne, pero sin duda más afectiva y con efectos más perdurables para establecer lazos entre los cofrades además del sentimiento religioso que los había convocado para ponerse bajo el resguardo espiritual de la Virgen, logrando establecer mecanismos de autocontrol que llevaran a evitar conflictos entre ellos o para seguir los procedimientos legalmente aceptados en la época.
La procesión se convirtió en un poderoso elemento de cohesión para todos los cofrades, creando el discurso simbólico que necesitaron para manifestar su identidad como miembros de los talleres y del gremio de sastres, que gozaban de una posición destacada en la sociedad como poseedores de un conocimiento formado en el aprendizaje de una técnica específica, y cuya condición de trabajadores manuales no era comparable con la de aquellos que sólo se dedicaban a labores no especializadas como los sirvientes y eventuales. Los artesanos fueron insistentes en resaltar su posición privilegiada dentro del mundo del trabajo urbano y contar con una cofradía capaz de organizar una procesión dignamente aderezada fue parte de ese discurso que confirmaba dicha posición, además de manifestar su capacidad de organización en el plano laboral, gremial y, sobre todo, en el devocional.
La participación activa de los fieles y la proyección de la fiesta hacia las calles y la plaza constituyen el momento álgido y relevante de la procesión, ya que esta se había convertido en el agente difusor de los modelos éticos y sociales que las autoridades buscaban imponer, no siempre con éxito, entre la población de la ciudad, tan variopinta en sus orígenes étnicos e interpretaciones de la religión católica, logrando presentar un modelo de orden jerárquico que conllevaba un beneficio general como lo fue la salud espiritual de todos, recurso que debía entenderse como necesario y que sólo podía conservarse a través de la paz al interior de la república cristiana, con todas sus diferencias y categorías existentes, lo que reforzaba la corporativización de sus miembros en el marco de una fiesta fastuosa y enriquecida en lo material y lo espiritual (Sánchez, 1999).
El trabajo de los mayordomos y diputados para dirigir a su hermandad y los cuidados tenidos para que cada año se cumpliera sin dilación la fiesta patronal, demostraban que los oficiales podían ser buenos administradores y, por tanto, tener ganado el derecho a contar con su propia cofradía; todo esto, empero, dentro del marco del orden jerárquico característico de todos los gremios, ya que los maestros siguieron siendo las figuras importantes de la estructura socio-artesanal ante los cuales los oficiales debían sujetarse desde el ejercicio de su arte como para realizar el examen que les permitiera alcanzar la maestría y con ello la posibilidad de establecer sus propios talleres. Coincidiendo con la fiesta, la cofradía renovaba su mesa de gobierno y pedía la entrega de las cuentas anuales, aunque este ejercicio también se realizaba una semana antes de la
Juan de Dios, Alonso Rodríguez y Joseph de Medina eran mayordomos que presentaron sus cuentas sin ningún contratiempo entre 1686 y 1695, incluso Juan de Dios repitió al frente de la mayordomía durante dos periodos anuales, 1693-1694 y Por otra parte, Antonio Cortés quedó a deber más de 300 pesos durante su cargo, de 1690 a 1691, y fue obligado a restituir ese capital en especie mediante la adquisición, por cuenta suya, de un nuevo ataúd para usarlo durante las ceremonias de velación de los hermanos difuntos, así como todo el adorno que llevaba como bisagras doradas y un paño de color negro con ribetes morados adornado con el escudo de la cofradía, que lamentablemente no se describe en el
No es sorpresivo que en medio del boato festivo y religioso de la celebración de Nuestra Señora de la Guía, la cofradía hubiera dispuesto que los mayordomos entregaran las cuentas que habían llevado, además de realizar la elección de los nuevos integrantes de la mesa de gobierno, ya que ante el resultado de su buen oficio y labor al frente de la hermandad los oficiales acogieron con agrado y acuerdo las cuentas que se les presentaron, y en su defecto exigieron su revisión y comprobación en caso de considerarlo así. También la fiesta pudo permitir la reunión de la mayoría de los cofrades artesanos, la mano de obra de los talleres artesanales, que ante las altas o bajas de su oficio bien pudieron buscar su sustento en diferentes sitios de la ciudad o fuera de ella, o unirse al grupo de los llamados contraventores, aquellos oficiales que trabajaron por su cuenta sin pasar por el examen de maestría requerido.
A manera de conclusión
¿Qué podemos concluir de esta aproximación a la fiesta y procesión de la cofradía de Nuestra Señora de la Guía? Una primera opinión es que se puede observar la configuración corporativa de la sociedad novohispana y en particular de la ciudad de México de la época como parte fundamental del orden terrenal y espiritual. Las cofradías sirvieron como vínculo entre sus miembros, representantes de la Iglesia militante y purgante (los difuntos siguieron desempeñando un papel fundamental en la vida de las corporaciones laico-religiosas), y la Iglesia triunfante a través de la sistematización del culto de la virgen María y su aceptación como parte del patronazgo de sus fieles. La virgen de la Guía fue un factor de unidad que logró unir a diferentes personajes bajo un solo cuerpo que, a través de su fiesta patronal y procesión, manifestó su unidad.
También es posible analizar cómo las confraternidades de finales del siglo xvii y principios del xviii fueron las principales encargadas de impulsar la difusión de la fe entre los creyentes. Los ejemplos de orden social que se transmitían desde la cofradía, así como la idea de convertir a la virgen María en un ejemplo a seguir, eran de vital importancia para la república cristiana, un discurso de poder y orden social que se apuntaló en los cánones de la fe católica. La participación de los cofrades en la fiesta titular era a la vez que un momento de relajación y celebración, un momento para replegarse a la disciplina colectiva que la sociedad de la época demandaba, desde las autoridades reales y eclesiásticas, hasta los propios oficiales, miembros de un cuerpo de artesanos que definió en buena medida su labor artesanal y que les permitió contar con su propia confraternidad.
El discurso simbólico de las fiestas y procesiones presentaba importantes mensajes retóricos que construía, podemos decir, un lienzo vivo en el que las historias sagradas de los santos patronos de los oficios y de los fundadores de órdenes mendicantes u hospitalarias, así como la importancia de los sacramentos, cobraban vida ante los ojos de la feligresía, y su repetición anual permitía que cada uno de los fieles y miembros de distintas corporaciones sociales recordara los mensajes que se buscaba transmitir con el fin de consolidar la fe de los creyentes y la identificación de estos modelos devocionales como los ejemplos a seguir para llevar una vida apegada a los preceptos éticos y morales del catolicismo de la época. La fiesta y la procesión tuvieron gran relevancia como eventos masivos de difusión de estos ideales impulsados por el catolicismo, al establecer el escenario adecuado para su recepción por parte de los asistentes quienes a su vez servirían como vectores de transmisión entre su familia, en los barrios o los espacios de trabajo. Es un tema que debe seguirse estudiando a fondo, para concretar interpretaciones históricas que nos permitan acercarnos de manera crítica a una realidad en cuya cotidianidad convivieron lo sagrado y lo profano y cuya influencia continúa presente hasta nuestros días en mayor o menor medida.
Fuentes consultadas
Documentos de archivo
agn | Archivo General de la Nación Bienes Nacionales, caja 190, exp. 6 y exp. 8 Bienes Nacionales, caja 1001, exp. 23. Bienes Nacionales, legajo 887, exp. 1 y exp. 13. Indiferente Virreinal, caja 1992, exp. 18. Indiferente Virreinal, caja 2436, exp. 27. Indiferente Virreinal, caja 3268, exp. 38. Indiferente Virreinal, caja 3519, exp. 19. Indiferente Virreinal, caja 4762, exp. 35. Indiferente Virreinal, caja 4480, exp. 8. Indiferente Virreinal, caja 5378, exp. 43. Indiferente Virreinal, caja 5827, exp. 18. Indiferente Virreinal, caja 5831, exp. 17. Indiferente Virreinal, caja 5879, exp. 73. |
Bibliografía
Albani, Benedetta (2008), “Un documento inédito del siglo el ‘diario’ de Bartolomé Rosales, secretario del cabildo catedral metropolitano de México”, Estudios de Historia enero-junio, pp. 165-212.
Álvarez, León (1997), “Mensaje festivo y estética desgarrada: la dura pedagogía de la celebración barroca”, Espacio, tiempo y forma. Historia t. 10, pp.109-120.
Arias de Saavedra, Inmaculada y Miguel Luis López Guadalupe (2012), “La prelación como conflicto: cofradías y orden en el Antiguo Régimen”, en Manuel Peña (ed.), La vida cotidiana en el mundo hispánico (siglos Madrid, Abada, pp. 137-158.
Arizmendi, Emilio (2012), “Un caso de derecho canónico indiano: el marco jurídico de la cofradía limeña de finales del virreinato”, Revista de estudiantes Ita Ius diciembre, pp. 137-198.
Barrio, Juan Francisco del (1920), El trabajo en México durante la época de gremios de la Nueva España de la Muy Noble, Insigne y Muy Leal e Imperial Ciudad de Genaro Estrada (intr.), México, Dirección de Talleres Gráficos/Secretaría de Gobierno.
Bazarte, Alicia (1989), Las cofradías de españoles en la ciudad de México (1526-1861), México, División de Ciencias Sociales y Humanidades/Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco.
Bazarte, Alicia (1998), “Las limosnas de las cofradías: su administración y destino”, en Pilar Martínez, Gisela von Wobeser y Juan Guillermo Muñoz (coords.), Cofradías, capellanías y obras pías en la América México, Facultad de Filosofía y Letras/Instituto de Investigaciones Históricas/Universidad Nacional Autónoma de México (Historia Novohispana 61), pp. 65-74.
Bazarte, Alicia y Clara García Ayluardo (2001), Los costos de la salvación. Las cofradías y la ciudad de México (siglos xvi al México, Centro de Investigación y Docencia Económicas-Instituto Politécnico Nacional-Archivo General de la Nación.
Callaham, William (1998), “Las cofradías y hermandades de España y su papel social y religioso dentro de una sociedad de estamentos”, en Pilar Martínez, Gisela von Wobeser y Juan Guillermo Muñoz (coords.), Cofradías, capellanías y obras pías en la América México, Facultad de Filosofía y Letras/Instituto de Investigaciones Históricas/Universidad Nacional Autónoma de México (Historia Novohispana 61), pp. 35-47.
Campos, Francisco Javier, osa (2014), “Religiosidad popular en las reglas y constituciones de cofradías de ánimas del mundo hispánico”, en Francisco Javier Campos (coord.), El mundo de los difuntos: culto, cofradías y San Lorenzo El Escorial, Instituto Escurialense de Investigaciones Históricas y Artísticas, pp. 1089-1132.
Castañeda, Rafael (2014), “Santos negros, devotos de color. Las cofradías de san Benito de Palermo en Nueva España. Identidades étnicas y religiosas, siglos en Oscar Álvarez, Alberto Angulo y Jon Ander Ramos (dirs.), Devoción, paisanaje e identidad. Las cofradías y congregaciones de naturales en España y en América (siglos Vitoria, Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea, pp. 145-164.
Córdova Aguilar, María Cristina (2017), “La devoción de los negros de Guinea: la cofradía de la virgen de las Nieves en la ciudad de Antequera (Nueva España)”, en David Fernández Villanova, Diego Lévano Medina y Kel y Montoya Estrada (comps.), Cofradías en el Perú y otros ámbitos del mundo hispánico (siglos Lima, Conferencia Episcopal Peruana-Comisión Episcopal de Liturgia del Perú, pp. 441-453.
Farfán Ortega, Alexander (2017), “La cofradía de san Crispín y san Crispiniano del gremio de zapateros en la Lima colonial (siglos en David Fernández Villanova, Diego Lévano Medina y Kel y Montoya Estrada (comps.), Cofradías en el Perú y otros ámbitos del mundo hispánico (siglos Lima, Conferencia Episcopal Peruana-Comisión Episcopal de Liturgia del Perú, pp. 121-144.
Fernández, Federico (1997), “Espacio urbano, cofradías y sociedad”, Baetica. Estudios de Arte, Geografía e núm. 19, vol. 2, pp. 109-120.
Florencia, Francisco de y Juan Antonio Oviedo (1995) [1755], Zodiaco mariano, en que el Sol de Justicia de Antonio Rubial (intr.), México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Sello Bermejo.
Labarga, Fermín (2014), “La virgen de Valvanera, vínculo de la emigración riojana. El caso de la congregación mexicana”, en Oscar Álvarez, Alberto Angulo y Jon Ander Ramos (dirs.), Devoción, paisanaje e identidad. Las cofradías y congregaciones de naturales en España y en América (siglos Vitoria, Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea, pp. 81-117.
Lempérière, Annick (2013), Entre Dios y el rey: la república. La ciudad de México de los siglos xvi al Ivette Hernández (trad.), México, Fondo de Cultura Económica (Sección de Obras de Historia).
López Guadalupe, Miguel Luis (2013), “Una forma alternativa de la piedad popular: las cofradías penitenciales de Semana Santa”, Revista de Historia núm. 31, pp. 11-31.
Loreto, Rosalva (1997), “La fiesta de la Concepción y las identidades colectivas, Puebla (1619-1636)”, en Manuel Ramos Medina y Clara García Ayluardo (coords.), Manifestaciones religiosas en el mundo colonial México, Instituto Nacional de Antropología e Historia-Centro de Estudios Históricos Condumex-Universidad Iberoamericana, pp. 233-252.
Luque, Elisa (2014), “La cofradía de Aránzazu de México (1681-1861). Continuidad de un proyecto”, en Oscar Álvarez, Alberto Angulo y Jon Ander Ramos (dirs.), Devoción, paisanaje e identidad. Las cofradías y congregaciones de naturales en España y en América (siglos Vitoria, Universidad del País Vasco-Euskal Herriko Unibertsitatea, pp. 227-246.
Martínez, Ana María (2003), “Función social y religiosa del espacio y el tiempo devocional”, Mundo Hispano. Hispania núm. 55, pp. 255-283.
Mayer, Alicia (2010), “La Reforma católica en Nueva España. Confesión, disciplina, valores sociales y religiosidad en el México virreinal. Una perspectiva de investigación”, en María del Pilar Martínez López-Cano (coord.), La Iglesia en Nueva España, problemas y perspectivas de México, Instituto de Investigaciones Históricas/Universidad Nacional Autónoma de México (Historia Mexicana 83), pp. 11-52.
Melgarejo, Gloria Elisa (2017), “Un acercamiento a las cofradías en la antigua ciudad de Valladolid de Michoacán; su fundación y composición social”, en David Fernández Villanova, Diego Lévano Medina y Kel y Montoya Estrada (comps.), Cofradías en el Perú y otros ámbitos del mundo hispánico (siglos Lima, Conferencia Episcopal Peruana-Comisión Episcopal de Liturgia del Perú, pp. 423-440.
Nava Sánchez, Alfredo (2015), “Solemnidad y escándalo público. El juego del estatus en la celebración del Corpus Christi en la ciudad de México, siglo en Rafael Castañeda y Rosa Alicia Pérez (coords.), Entre la solemnidad y el regocijo. Fiestas, devociones y religiosidad en Nueva España y el mundo Zamora, El Colegio de Michoacán-Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, pp. 233-254.
Pastor, Marialba (2004), Cuerpos sociales, cuerpos México, Facultad de Filosofía y Letras/Universidad Nacional Autónoma de México-Fondo de Cultura Económica (Sección de Obras de Historia).
Pastor, Marialba (2010), “El marianismo en México, una mirada a su larga duración”, núm. 48, enero-junio, pp. 257-277.
Ramírez, Jessica (2014), “Las nuevas órdenes en las tramas semántico-espaciales de la ciudad de México, siglo Historia núm. 251, enero-marzo, pp. 1015-1075.
Recopilación de leyes (1987) [1681], Recopilación de leyes de los reynos de ed. facsimilar de la 1681, t. i, México, Escuela Libre de Derecho-Miguel Ángel Porrúa.
Recueco, Julián (2001), “Religiosidad popular en Cuenca durante la edad moderna: el origen de las cofradías penitenciales de Semana Santa”, Actas del Congreso de Historia de la Iglesia y el mundo hispánico, Hispania vol. 53, núm. 107, pp. 7-30.
Robles, Antonio de (1972), Diario de sucesos notables 3 ts., México, Porrúa.
Rubial, Antonio (1998), La plaza, el palacio y el convento. La ciudad de México en el siglo México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Sello Bermejo.
Rubial, Antonio (1999), La santidad controvertida. Hagiografía y conciencia criolla alrededor de los venerables no canonizados de Nueva México, Facultad de Filosofía y Letras/Universidad Nacional Autónoma de México-Fondo de Cultura Económica (Sección de Obras de Historia).
Rubial, Antonio (coord.) (2013), La Iglesia en el México México, Instituto de Investigaciones Históricas/Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”/Benemérita Universidad Autónoma de Puebla-Ediciones de Educación y Cultura.
Salazar, Nuria (2012), “El templo de la Santísima Trinidad de México, una historia en construcción”, Boletín de Monumentos tercera época, núm. 24, enero-abril, pp. 28-70.
Sánchez, Pablo (1999), “La ciudad en procesión: estudio sobre traslación de reliquias (centrado en el ejemplo de san Fructos, patrón de Segovia)”, Espacio, tiempo y forma, serie iv, Historia núm. 12, pp. 47-65.
Santiago Álvarez, Cándido (2015), “La singular advocación mariana de la virgen de la Guía”, Revista de núm. 397, marzo, pp. 35-69.
Schwaller, John F. (1998), “Los miembros fundadores de la congregación de San Pedro, México, 1577”, en Pilar Martínez, Gisela von Wobeser y Juan Guillermo Muñoz (coords.), Cofradías, capellanías y obras pías en la América México, Facultad de Filosofía y Letras/Instituto de Investigaciones Históricas/Universidad Nacional Autónoma de México (Historia Novohispana 61), pp. 109-118.
Sigaut, Nel y (2015), “La presencia del virrey en las fiestas de Nueva España”, en Rafael Castañeda y Rosa Alicia Pérez (coords.), Entre la devoción y el devociones y religiosidad en Nueva España y el mundo Zamora, El Colegio de Michoacán-Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, pp. 211-232.
Vetancurt, fray Agustín de, ofm (1982) [1698], Teatro mexicano. Descripción breve de los sucesos ejemplares, históricos, políticos, militares y religiosos del Nuevo Mundo Occidental de las segunda ed. facs., México, Porrúa (Biblioteca Porrúa, núm. 45).
Notas
* Investigador independiente.
¹ Por ejemplo, las cofradías de negros en Nueva España fueron corporaciones importantes para establecer una identidad colectiva entre un grupo, por demás, forzado mediante la violencia a abandonar sus tierras y poblaciones originarias por causa de la trata de esclavos, además de crear las condiciones sociodevocionales para permitir su integración a la comunidad de fieles.
² En la documentación de la época se utiliza indistintamente el término cofradía, hermandad, gremio o guion. Sin embargo, cofradía puede definirse como aquella corporación que recibe la licencia del obispo y las autoridades reales para su erección, previa aprobación de sus constituciones, mientras que una hermandad es aquella corporación que surge tan sólo por la intención de sus fundadores de erigirla, y más tarde alcanza el reconocimiento necesario por parte de los representantes de los dos poderes.
³ Las obras de misericordia eran los actos piadosos que todo buen católico debía ejercer para con sus semejantes, siguiendo el ejemplo de Cristo en sus actos en beneficio de los menos favorecidos. A los fieles que realizaban estas obras se les permitía obtener los beneficios espirituales de las indulgencias, el llamado “tesoro de la Iglesia”, fundamentales para la salvación del alma en el más allá. Las principales obras de caridad, y las más ejercidas por las cofradías y hermandades consistían en visitar a los enfermos y los presos, alimentar al hambriento, vestir al desnudo, enseñar al ignorante los preceptos de la fe, imponer la paz y la concordia entre los hermanos, darle alojamiento al peregrino y enterrar a los muertos. Esta última era la más importante para las confraternidades y en cierto modo justificó su existencia, a la par de sus obligaciones espirituales, al ofrecer un lugar de reposo al cuerpo y los medios de salvación de su alma a través de las indulgencias, misas y responsos que se ofrecían en conjunto por todos los miembros de la comunidad.
⁴ Archivo General de la Nación de México (en adelante,
agn
), Bienes Nacionales, caja 190, exp. 8.En este informe de la visita que realizó el arzobispo de México, fray José de Lanciego, a la archicofradía de la Santísima Trinidad, entre 1723 y 1724, se exponen con detalle los bienes con los que contó la confraternidad. Este inventario es un ejemplo de los objetos que las hermandades de la ciudad de México lograron acumular a través de los años, y que fueron importantes para sus fiestas y el culto divino.
⁵
agn
, Bienes Nacionales, legajo 887, exp. 1.
⁶
agn
, Bienes Nacionales, legajo 887, exp. 1; caja 590, exp. 6. Indiferente Virreinal, caja 3198, exp. 24.
⁷
agn
, Indiferente Virreinal, caja 2436, exp. 27.
⁸
agn
, Indiferente Virreinal, caja 3519, exp. 19.
⁹
agn
, Indiferente Virreinal, caja 3268, exp. 38; caja 5827, exp. 18; caja 5831, exp. 17.
¹⁰
agn
, Bienes Nacionales, legajo 887, exp. 13.
¹¹
agn
, Indiferente Virreinal, caja 3268, exp. 38; caja 4880, exp. 8; caja 5879, exp. 73. Las patentes, documentos en que se registraba a los nuevos cofrades y se les daban a conocer sus obligaciones y privilegios, contenían la imagen de la virgen, la cual fue sufriendo cambios con el paso de los años, desde una representación sencilla de la Madre de Dios y su hijo en brazos, hasta una representación más elaborada donde se podían observar todos sus atributos propios como advocación de la Guía.
¹²
agn
, Indiferente Virreinal, caja 5827, exp. 18; caja 5378, exp. 18.
¹³
agn
, Indiferente Virreinal, caja 5831, exp. 17.
¹⁴
agn
, Indiferente Virreinal, caja 5827, exp. 18; caja 5831, exp. 17; caja 5378, exp. 43.
¹⁵
agn
, Indiferente Virreinal, caja 3268, exp. 38; caja 4762, exp. 35.
¹⁶
agn
, Indiferente Virreinal, caja 5378, exp. 43; caja 5831, exp. 17.
¹⁷
agn
, Indiferente Virreinal, caja 4762, exp. 35; caja 5378, exp. 43.
¹⁸
agn
, Indiferente Virreinal, caja 3268, exp. 38.
¹⁹
agn
, Indiferente Virreinal, caja 4762, exp. 35; caja 5378, exp. 43; caja 5879, exp. 73.
²⁰
agn
, Indiferente Virreinal, caja 4762, exp. 35; caja 5131, exp. 21; caja 5879, exp. 73.
²¹
agn
, Indiferente Virreinal, caja 3268, exp. 38; caja 5378, exp. 43; caja 5827, exp. 18.
²²
agn
, Indiferente Virreinal, caja 1992, exp. 18.