¿Una feligresía renovada? Congregaciones del Santísimo Sacramento y Escuelas de Cristo en la ciudad de México, siglo xviii
Carolina Yeveth Aguilar
Introducción
El objetivo de este ensayo es motivar a una reflexión en torno a la transformación de las prácticas religiosas de la feligresía de la ciudad de México en el periodo1750-1800. Nos centraremos en divisar las nuevas formas de asociación seglar cuya religiosidad fue conformándose dentro de un ánimo de regulación y moderación de la práctica religiosa, orientada a la creación e incentivo de renovadas formas de espiritualidad. En este caso nos referiremos a las congregaciones del Santísimo Sacramento y a las Escuelas de Cristo, que constituyeron novedosas formas de organización religiosa-seglar, que condensaron en sí mismas las nuevas directrices borbónicas en cuanto a la devoción y la práctica de la religión.
Se considera que el siglo xviii novohispano es significativo por la cantidad de transformaciones políticas, económicas y sociales. Como idea historiográfica se ha sostenido aquella que puntualiza una rivalidad entre el poder terrenal (representado por el rey) y el poder temporal (en este caso la Iglesia). Sin embargo, poco se ha enfatizado la labor conjunta y los intereses comunes de la Iglesia y la Corona, que las llevaron a reformar y hacer de los súbditos del rey fieles vasallos útiles para la monarquía y para el bien común. En este sentido, es necesario destacar los proyectos reformistas no sólo desde la perspectiva monárquica e imperial, sino también desde la sostenida por arzobispos y obispos que manifestaron su interés en reformar a su modo a pastores y ovejas; es decir, a las órdenes religiosas (masculinas y femeninas), a los clérigos seculares y, por supuesto, a los fieles.
Para entender a cabalidad esta serie de proyectos reformistas resulta necesario acercarse a las transformaciones devocionales acontecidas en la ciudad de México entre 1750 y 1800. Para tal efecto consideramos que dichas transformaciones tuvieron varias formas de manifestación, siendo una de ellas el impacto y los cambios en la conformación de las variadas corporaciones de corte religioso-seglar: cofradías, hermandades, terceras órdenes, congregaciones del santísimo, Escuelas de Cristo, entre otras.
A la par de estos cambios devocionales, tuvieron lugar otras grandes improntas reformistas; primeramente, la secularización de doctrinas y parroquias, que al menos en el caso de la ciudad de México implicó que cinco de ellas fueran secularizadas (Santa María la Redonda, San Sebastián, San Pablo, San José de los Naturales, y Santa Cruz y la Soledad). En segundo lugar, la puesta en práctica de un proyecto de reorganización alentado por el arzobispado de México, que partía de una lógica diferente de la practicada desde el siglo ya no habría parroquias separadas y exclusivas para indios y españoles, sino parroquias identificadas por su adscripción territorial. A la par de esta reorganización se estableció la creación de parroquias en atención a la conformación de una nueva feligresía, así como una renovada concepción de las funciones de las parroquias y, por supuesto, de los párrocos.
Por último, no olvidemos la influencia de la reorganización o redefinición de las corporaciones religioso-seglares existentes en cada parroquia. La reforma de las parroquias y la feligresía implicó que dichas corporaciones también fueran reformadas, dada su función de apoyo a las fábricas parroquiales y su rol como promotoras de la cohesión social y de identidad para los feligreses. Este proceso, conocido como reorganización de cofradías y corporaciones seglares se llevó a cabo de manera más intensa entre los años 1788 y 1794 y se orientó a su preservación, siempre y cuando se apegaran a los lineamientos monárquicos. Dentro de esta reorganización nacieron otro tipo de corporaciones, similares a las cofradías pero con una naturaleza y objetivos distintos: las congregaciones del Santísimo Sacramento y las Escuelas de Cristo. De este modo veremos cómo la práctica devocional de la feligresía de la ciudad se vio comprometida y transformada ante las nuevas perspectivas y reformas implementadas por la diócesis novohispana.
Secularización y reorganización parroquial
Desde el siglo xvi el territorio parroquial de la entonces ciudad de México comprendía 10 parroquias: seis de indios (San José, Santa Cruz y Soledad, San Pablo, Santa María la Redonda, Santiago Tlatelolco y San Sebastián) y cuatro de españoles (El Sagrario, Santa Veracruz, Santa Catarina Mártir y San Miguel). A estas se sumaban las anexas a conventos masculinos y femeninos, hospitales y colegios, sin mencionar las numerosas capillas ubicadas en diversos puntos de la ciudad. Cabe mencionar el “reparto” o disposición religiosa de la ciudad: en el poniente permanecían bien asentadas las órdenes que arribaron poco después de la conquista: franciscanos, dominicos y agustinos; en el oriente, las que arribaron después: carmelitas descalzos, jesuitas, mercedarios y franciscanos descalzos (Ramírez, 2015: 116). Tal distribución determinó el tipo de corporaciones y devociones presentes en cada porción de la ciudad. Por ejemplo, se ha propuesto que el poniente era una zona mayormente en donde la orden seráfica tenía gran presencia a través del convento, sus cofradías y sus capillas del viacrucis (Robin, 2014: 35).
Para la segunda mitad del siglo xviii el proceso secularizador iniciado por el arzobispo Manuel Rubio y Salinas, y continuado por Antonio de Lorenzana, implicó que muchas doctrinas y parroquias pasaran a ser administradas por clérigos seculares. En el caso de la ciudad de México fueron secularizadas cinco parroquias que antes estaban en manos de regulares: San Sebastián (anteriormente en manos agustinas y secularizada en 1750), Santa Cruz y Soledad (también de agustinos, secularizada en 1750), Santa María la Redonda (bajo el control franciscano, secularizada en 1753), San Pablo (de agustinos, 1767) y San José de los Naturales (franciscanos, 1770). Secularizarlas implicaba que pasaran al control de un párroco secular el cual debía guiar y cuidar su rebaño además de la no fácil tarea de “ganarse” a la feligresía en muchas ocasiones ligada, identificada y unida a los regulares que las administraban con anterioridad.
Años después, entre 1769 y 1770 se puso en marcha una reorganización parroquial en la ciudad, a fin de atender determinados problemas: los feligreses se mudaban constantemente de parroquia, adquirían una calidad étnica a conveniencia para evadir el pago de derechos parroquiales que realmente les correspondía; además, muchos vivían lejos de su parroquia de origen, lo que provocaba que no se administraran los sacramentos adecuadamente. Ante el caos y la población heterogénea que hasta ese momento ya poco guardaba la separación parroquial, fue necesario replantearse la jurisdicción y el territorio de cada parroquia. A algunas se les quitaría una porción de territorio y de feligreses con la finalidad de acrecentar los de otras parroquias. Por ejemplo, las de Santa María la Redonda o Santa Cruz y Soledad se vieron beneficiadas con porciones territoriales y nuevos feligreses. Se contemplaba a su vez la creación de nuevos curatos como los de Santa Ana y Salto del Agua cuyo fin era dar cabida y atención espiritual a dos zonas de la ciudad que tendían a crecer demográficamente. Así, el interés primordial fue administrar los sacramentos y la instrucción espiritual necesaria a una población mixta, pequeña, lo que brindaba la oportunidad de conocerla y controlarla mejor (Zahino, 1996: 56).
La reforma de la feligresía: hacia una práctica religiosa más moderada
Estas secularización y reorganización parroquial se llevarían a cabo junto a otro proceso de reforma, orientado a reordenar las cofradías y hermandades existentes en cada parroquia. Este asunto, bastante estudiado en la historiografía, apunta a ser el causante de la extinción y la crisis de las cofradías en los últimos 20 años del siglo Nada más lejano, pues la reforma arzobispal conducida en este caso por el azobispo Alonso Núñez de Haro y Peralta, procuró la conservación de estas corporaciones y no su extinción. Utilizando el procedimiento de agregación de el arzobispo procedió a reorganizarlas a partir de parámetros que tenían que ver con sus funciones devocionales, pero también siguiendo criterios económicos y de utilidad, esto último con apego a los intereses de la Corona. De este modo, cofradías en desorden, con pocos recursos o pocos adeptos solían agregarse a otras cofradías, ya fueran de la misma parroquia o de otras (secularizadas o de nueva creación); otras tantas, de ser cofradías pasaban a ser simples hermandades, devociones, misas o cultos, que también constituían formas de asociación seglar aunque menos formales y, por tanto, menos sujetas a la vigilancia de la Corona.
Este traslado y agregación de cofradías también fue aplicado en aquellas ubicadas en conventos femeninos y masculinos con el afán de fortalecer las fábricas de las nuevas parroquias, pero también para dotar a la feligresía de nuevas formas corporativas. Esto no era poca cosa, pues implicaba no sólo el cambio de adscripción territorial o parroquial, sino también el traslado de la feligresía y el ajuar religioso a otros espacios, tal como sucedió en el caso del curato de Santa Ana, que funcionó como capilla pero que a partir de 1772 se instituyó como parroquia para lo cual hubo que trasladar ornamentos, alhajas, la pila bautismal, obras pías, cofradías y devociones procedentes del antiguo curato de Santiago Tlatelolco (Álvarez, 2012: 24). Incluso se ha mencionado que los indios llegaron a adquirir un gran sentido de identidad respecto a sus parroquias y los ornamentos presentes en ellas, formando con ello narrativas de comunidad en las que los templos y lo que había en su interior se había construido con el sudor y la sangre de los antepasados indios (O’Hara, 2010: 92). Sin duda, la división parroquial y la ordenación de la feligresía en grupos heterogéneos provocaron conflictos entre los nuevos fieles adscritos a nuevas jurisdicciones territoriales. También existieron conflictos con los párrocos y, particularmente, hubo un enfrentamiento entre la población india y española que tuvo como escenario la parroquia misma y las corporaciones a las que pertenecían, en este caso las cofradías, que no sólo cumplían funciones benéficas, sino que también daban identidad y sentido de pertenencia a la población.
La reforma dentro del arzobispado abarcó también las prácticas religiosas. Se proyectaba una renovación de las mismas, siempre partiendo de un ideal que aspiraba a volver a prácticas más austeras y ya no excesivamente barrocas, plantando así nuevas exigencias religiosas en las que la fe y la razón fueran compatibles (Viqueira, 1987: 152). A partir de estas premisas, y a lo largo del siglo tanto la Corona como la Iglesia pusieron particular atención en las cofradías y hermandades, dado que eran bien conocidas por sus celebraciones y fastos barrocos, así como por su mala organización económica y administrativa, pues muchas gastaban más dinero en fiestas, juegos pirotécnicos y comilonas que en ocuparse de darle un adecuado seguimiento e instrucción espiritual a sus cofrades. De manera general, a partir de 1767 comenzó en el mundo hispánico un movimiento de reforma que apuntó a dos aspectos esenciales: uno, que cofradías y hermandades se fundaran siempre con permiso y licencia del rey (dejando en segundo lugar la licencia ordinaria); otro, se refería al carácter de los bienes que poseían, los cuales pertenecían a la esfera profana, por tanto, no debían ser declarados bienes espirituales. Dentro de este movimiento de reforma presente a lo largo del siglo xviii se crearon y establecieron formas de organización seglar que diferían en algunos aspectos de las ya mencionadas cofradías y hermandades. Estas nuevas modalidades de asociación respondieron a los intereses de la Corona y el arzobispado. Veamos cómo se articularon estas nuevas formas de organización seglar.
Congregaciones del Santísimo Sacramento en la capital novohispana
Una vez expuestos los lineamientos generales de las reformas religiosas aplicadas en la capital del virreinato será conveniente introducirnos en el conocimiento de una de las corporaciones que se caracterizaron por ser innovadoras y representar en sí mismas, de manera vívida, la nueva espiritualidad ilustrada. Nos referimos a las congregaciones del Santísimo Sacramento establecidas en la ciudad de México entre 1748 y 1793.
Uno de los dogmas privilegiados por ambos poderes fue el del Santísimo que para el siglo xviii cobró un nuevo aire. Si bien sus orígenes se remontan al cristianismo mismo fue entre los siglos x y xvi cuando se configuraron sus señas particulares de práctica y devoción (Linage, 2010).
Recordemos que ya en el Concilio de Trento se recomendaba venerar e idolatrar al Santísimo, dado que este se encarnó como el estandarte de lucha de la Iglesia contrarreformista, convirtiéndose así en el sacramento por excelencia (Araya, 2017). De ahí que fuera recomendable establecer cofradías dedicadas a él, ya que se consideraban bastante útiles y necesarias para mantener el cuidado y decencia del Santísimo en el templo, por lo que debía establecerse al menos una en cada parroquia del orbe cristiano. Así, el objetivo principal de dichas cofradías fue exponer y venerar al Santísimo como forma de incentivar precisamente la devoción a la eucaristía (Lebrun, 1989: 90).
Reconocida su función no solamente dogmática, sino organizadora del espacio sacro, de la sociedad y del espacio público (por ejemplo, mediante las procesiones y las fiestas de Corpus Christi), la devoción al Santísimo Sacramento comprendió a su vez un modelo de nuevo devoto o feligrés cuya finalidad era que los seglares promovieran, mediante un culto más personal, la devoción a la eucaristía (Carbajal, 2016). En el siglo xviii fue precisamente el impulso a este nuevo ideal de feligrés lo que permitió que la devoción y el culto al Santísimo se renovaran mediante el exitoso establecimiento de una variante devocional —distinta de las cofradías— y que en adelante se conocerían como congregaciones del santísimo sacramento (Carbajal, 2016: 378). Estas respondían a dos propósitos: “servir y acompañar al Santísimo Sacramento cuando se lleva de viático a los y acompañarlo y velarlo en determinadas horas del día. Ya no bastaba exponerlo y adorarlo, o reunirse ocasionalmente; los feligreses del siglo ilustrado debían reunirse para pasar cierto tiempo con el Santísimo, haciendo de tal adoración algo ininterrumpido (Lebrun, 1989: 100).
Como ya hemos referido, el plan de reorganización de corporaciones seglares fue una política ejecutada por el arzobispado de México. A partir de las visitas pastorales y de los informes proporcionados por párrocos y, en su momento, por subdelegados y corregidores, lograron formularse las directrices a seguir para reformar y modernizar, en cuanto a una perspectiva utilitaria, estas corporaciones. En primer lugar, se les exigió contar con constituciones aprobadas tanto por la autoridad obispal como por el rey o el Consejo de Indias. Posteriormente, se haría énfasis en un aspecto no menos importante: los bienes de estas corporaciones debían ser, en adelante, declarados propios de la esfera profana, sujetos a la jurisdicción y vigilancia real; ya no se integrarían en la esfera de lo sagrado, esto es, los bienes y recursos no podrían ser espirituales, por tanto, tampoco sujetos a la jurisdicción arzobispal.
Dentro de este espíritu reorganizador y ante las diversas respuestas de cofradías y hermandades, tuvo lugar el establecimiento de las llamadas Congregaciones del Santísimo Sacramento, fundadas a partir del esfuerzo de la misma mitra y de algunos fieles (véase cuadro 1). Citamos dos ejemplos: en 1790 don Manuel Pérez —vecino y del de la ciudad de México— y sus consortes hicieron una petición al rey para establecer una congregación de cocheros del Santísimo. Tal petición fue aprobada en diciembre del mismo año, dando pie a la conformación de las primeras constituciones mismas que pasaban a manos del virrey y del arzobispado para que fueran aprobadas.
Cuadro 1
Congregaciones dedicadas al Santísimo Sacramento en ciudad de México 1745-1793
Congregación | Parroquia |
Caballeros y cocheros del Santísimo señor Sacramentado (1748-1794) | Santa Veracruz |
Caballeros cocheros del Divinísimo Señor Sacramentado (1763) | Santa Catarina Mártir |
Congregación de cocheros del Santísimo Sacramento (1777) | El Sagrario |
Caballeros y cocheros del Santísimo Sacramento (1789) | San Miguel |
Venerable congregación de caballeros y cocheros del Santísimo Sacramento | San Sebastián |
Congregación de cocheros del Santísimo Sacramento (1791) | Santa María la Redonda |
Real Congregación de criados y cocheros del Santísimo Sacramento del altar (1793) | San Pablo |
Congregación del alumbrado perenne del Santísimo Sacramento (1793) | San Sebastián |
Fuente:
agn
, Cofradías y archicofradías, vol. 18, exp. 7.
Los integrantes de las congregaciones fundadas para acompañar al Santísimo debían ser españoles, de “empleo o ejercicio decente y honroso”, “sujetos visibles de conducta y En su mayoría eran seglares y clérigos seculares; estaban encabezados por un cochero mayor o prior, que era elegido en junta ocho días después de la fiesta de Corpus; también se elegían cuatro diputados y un secretario quienes junto con los demás adeptos se hacían llamar “cocheros y criados”, los cuales contribuían con limosnas de cuatro reales y medio al además de proporcionar algunas libras de cera. La función del prior o cochero mayor era asistir a la parroquia desde las ocho de la mañana hasta las 12 y de tres de la tarde a nueve de la noche “sin que lluvias ni la más cruel intemperie excuse su concurrencia”, pues de lo contrario se hacía acreedor a una multa de cuatro y solían usar un uniforme especial, conocido como librea, compuesto de casaca, calzón, chupa y otros Este uniforme era similar al de los militares, que tenían licencia para usarlo todo el tiempo, mientras que quienes no eran militantes sólo debían utilizarlo durante el ejercicio de su función como cocheros o
Acorde a los tiempos que corrían, los bienes y fondos de estas congregaciones no podían espiritualizarse, sino que eran de por sí profanos, “a disposición de su majestad”, mientras que los gastos para fiestas, misas y demás quedaban limitados a 200 Algunas congregaciones quedaban bajo la protección del rey, lo que las eximía de la visita pastoral. Por ejemplo, la congregación de la parroquia de San Pablo establecía en sus constituciones que los días 8 de diciembre, además de celebrar a la Purísima Concepción (uno de los dogmas favoritos de la monarquía borbón) debían colocarse, al lado del presbítero, un dosel, silla y cojín sobre los cuales se pondrían los retratos Del mismo modo, durante la procesión de la Purísima Concepción se agregaba la presencia de un cuerpo de granaderos, dado el carácter del patronato real sobre esta Otras congregaciones se encomendaban a la tutela del virrey (como la de la Santa Veracruz) o eran más flexibles en cuanto a sus integrantes, pues en ocasiones se procuraba afiliar a menores de edad y otros individuos (considerados poco aptos para ser cocheros) con el fin de darle más lustre a la congregación.
Una excepción dentro de las congregaciones fundadas fue el alumbrado perenne (o vela) del Santísimo Sacramento cuyos antecedentes directos se remontaban a la del mismo nombre, establecida en la capilla real de Madrid. Su equivalente novohispana se estableció en la ciudad de México en el año de 1793, en la parroquia de san Sebastián, gracias al esfuerzo de don Alonso Núñez de Haro y Peralta, que —siguiendo las constituciones de su símil peninsular— optó por establecerla en dicha parroquia, posiblemente apro-vechando que el cura titular era el entonces juez provisor y vicario general del arzobispado, Juan Cienfuegos. Para esta noble fundación se invitó a personas notables y de renombre de la ciudad, entre ellos varios integrantes de la familia Fagoaga y al conde De la Cortina. Esta otra variante de congregación al Santísimo se componía así de un hermano mayor, cuatro consiliarios, dos celadores, un tesorero, secretario y prosecretario, al menos para el gobierno de los congregantes hombres. En el caso de las mujeres se planteó que únicamente hubiera una hermana mayor, dos consiliarias y una celadora, con afán de que “el celo y devoción” se promoviera entre las
Escuelas de Cristo
Otras corporaciones que surgieron bajo el manto de la moderación de la práctica religiosa fueron las Escuelas de Cristo. Nacidas en Italia bajo el aispicio de los oratorianos de san Felipe Neri, arribaron a América en el siglo xvii para establecer la primera en Lima (1660), gracias al jesuita Francisco Castillo; la segunda correspondió a Guatemala, en el año de 1664 y se presume que por esos años posiblemente había una fundada en la ciudad de México (Labarga, 2013: 336-357). Hasta el año de 1721 fue cuando se estableció una santa escuela en el convento de Nuestra Señora de la Merced (Bazarte y Cruz, 2009).
El modelo de devoción y religiosidad impulsado por las Escuelas de Cristo era hasta cierto punto innovador para su época. Su objetivo era servir a los feligreses para que pudieran ejercitarse espiritualmente y contribuir a su
[…] aprovechamiento espiritual, y aspirar en todo al cumplimiento de la voluntad de Dios, de sus preceptos y consejos, caminando a la perfección cada uno, según su estado y las obligaciones de él, con enmienda de la vida, penitencia y contrición de los pecados, mortificación de los sentidos, pureza de conciencia, oración, frecuencia de sacramentos, obras de caridad y otros ejercicios santos que en ella se enseñan y
Como vemos, la función de esta corporación estaba bastante bien definida. Por un lado era necesario ayudar a la formación espiritual de los feligreses a través de la oración, de obras caritativas, ejercicios de penitencia y de “mortificación de los sentidos”, siempre tomando en cuenta el “estado” y las obligaciones o actividades cotidianas del feligrés. En un inicio las Escuelas de Cristo estaban conformadas por varones españoles. Con el paso de los años fueron abriéndose al resto de la población, para abarcar castas y grupos dedicados a actividades diversas, es decir, a diferencia de algunas cofradías nunca tuvieron un carácter gremial. Según las constituciones de la santa escuela madrileña (que se siguieron en Nueva España también, con pocas novedades) debía admitirse un máximo de 72 integrantes (24 sacerdotes y 48 seglares), aunque esto no siempre se respetó; el divino maestro era Cristo y todos los integrantes se hacían llamar “discípulos”, que quedaban así bajo el gobierno y dirección de una obediencia, cargo que regularmente recaía en un clérigo (fuera regular o secular). Le seguían cuatro diputados: dos sacerdotes y dos seglares; un secretario y cuatro nuncios: dos eclesiásticos y dos seglares de los cuales los primeros cuidaban del altar y el oratorio, repartiendo disciplinas y cédulas de meditación, mientras que los segundos se encargaban de cuidar la santa escuela, de vigilar el ingreso de los discípulos, en fin, ejercían funciones de celadores. Existía, a su vez, un consejo de ancianos integrado por 15 personas, entre ellos los diputados más antiguos (siete eclesiásticos, siete seglares y un secretario), y era gobernado por el
En casos excepcionales se aceptaba la participación de mujeres de manera “honoraria”, o bien, se establecía una mesa exclusiva para ella como sucedió con la Escuela de María Santísima de la Asunción, del Convento de San Agustín. Esta hermandad era de tipo mixto, aunque predominaban las mujeres: contaba con 73 pupilas y 97 discípulas, en contraposición a los 14 pupilos y 7 discípulos varones. Sus integrantes eran de lo más variado, pues iban desde religiosas de los conventos de San Jerónimo y Jesús María, pasando por miembros de la nobleza (como las marquesas de San Miguel de Aguayo y Sierra Nevada), bachilleres y
Las Escuelas de Cristo estaban asociadas a parroquias y conventos. En estos espacios solían contar con una capilla o un espacio habilitado para la reunión de los discípulos, en los que debía haber un oratorio con altar, acompañado de tres imágenes: Cristo, la Virgen y san Felipe Neri. Además, debían colocarse al pie del altar dos calaveras o cráneos y dos manojos de disciplinas, así como un banquillo para que se sentara el obediencia. Delante de él se colocaba una mesa con un cráneo o calavera, constituciones, agua bendita y otros instrumentos. Había otro banquillo para los ejercitantes y otros tantos más, pegados a las paredes (para el resto de discípulos), todo esto ambientado en un sitio cuyas ventanas y puertas debían permanecer cerradas, sin permitir el paso de la luz, alumbrándose sólo con velas. Como es notorio, las prácticas se asemejaban en gran parte a los ejercicios ignacianos, pues introducía a los congregantes a la instrucción reflexiva de las virtudes a través de la mortificación de los sentidos. Las intenciones espirituales de la santa escuela de Cristo se resumían en una octava, que rezaba:
Examen cada día
Xaculatoria frecuente
Ejercitar lo piadoso
Memoria útil de la muerte/misa sin que falte día
Presencia de Dios por siempre
Lección diaria espiritual
Oración
Las actividades espirituales y piadosas se llevaban a cabo los días jueves, regularmente por la tarde y la noche, horario en el cual los congregantes o hermanos podían dedicarse plenamente a ejercitar su espíritu, fuera de las distracciones cotidianas. Se procedía así a “examinar” a tres discípulos sobre alguna meditación anterior o sobre las constituciones, así como sobre sus pecados y arrepentimientos, se hacía oración y finalmente se repartían las disciplinas. Según Labarga (2013) esto resultaba en algunos momentos bochornoso, por lo que tal ejercicio (conocido popularmente como “el banquillo”) llegó a suprimirse, con todo y que resultaba bastante atrayente para quienes no pertenecían a ninguna escuela, lo que generó un interés por afiliarse, en afán de conducir su espíritu pero también de conocer las obras y pecados de los demás.
Un ejercicio por demás polémico fue el de la meditación sobre la muerte. Esto solía ejecutarse cada jueves a lo largo de cuatro meses, en los que los discípulos eran examinados en torno a este tema. Debían imaginarse próximos al fin de sus días, e imaginar y meditar lo que sentirían los pecadores al momento de morir; se les instaba a reflexionar sobre lo que significaba la muerte para los amigos y la familia, lo vano de las lágrimas y cómo en vida se debía ser caritativo con las ánimas del purgatorio. Se planteaba una reflexión vívida de la muerte con la idea de que esta siempre estuviera en los pensamientos de los discípulos.
Las Escuelas de Cristo tuvieron presencia no sólo en la ciudad de México, en donde identificamos alrededor de 14 Escuelas de Cristo (dos de ella estaban avocadas a María Santísima, de carácter mixto), sino que también se fundaron en otras partes del virreinato, entre ella. Sultepec, Veracruz, Puebla, Michoacán, Querétaro, San Miguel el Grande, San Luis de la Paz. Destaca su importancia como motor de cambios y transformaciones en la sociedad, todo ello dentro del aire de reforma de las costumbres, lo que configuró al siglo el siglo de oro de la escuela de Cristo (Labarga, 2013: 357).
cuadro 2
escuelas de cristo en ciudad de méxico
Escuelas de Cristo | Sede |
Santa Escuela de María Santísima de Guadalupe | Hospital Real de Naturales (1748) |
Santa Escuela de María Santísima de la Asunción | Convento de San Agustín (1748) |
Santa Escuela del Sagrado Corazón de Jesús* | San Sebastián (1751) |
Santa Escuela de Cristo | Santa Veracruz (1795) |
Santa Cruz y Soledad (1777) | |
Santa María la Redonda (1751) | |
Convento de Santo Domingo (1748) | |
Convento de Nuestra Señora de la Merced (1721) | |
Convento de San Francisco (1724) | |
Hospital del Espíritu Santo (1730) | |
Hospital de la Concepción y Jesús Nazareno (1741) | |
Templo de San Camilo de Lelis | |
Colegio de San Pedro y San Pablo (1741) |
*
agn
, Cofradías y archicofradías, vol. 6.
Fuente:
agn
, Cofradías y archicofradías, vol. 18, exp. 7.
Consideraciones finales
Las congregaciones del Santísimo Sacramento y las Escuelas de Cristo, aparecidas en su mayoría durante el siglo representaron otra alternativa de asociación seglar. Se sumaron así a las ya existentes y de por sí numerosas cofradías y hermandades, así como a las terceras órdenes correspondientes a las grandes órdenes religiosas. Si bien todas estas corporaciones entraban dentro del rubro de asociaciones seglares, eran distintas entre sí a partir de su definición jurídica, de su acción social, pero en particular, por el modelo de devoción y de religiosidad que siguió cada una. Las congregaciones del Santísimo Sacramento estaban dedicadas a rendirle culto y devoción de manera absoluta, aportando novedades como la conformación de los “cocheros”, mismos que debían asistir uniformados. Si bien en las demás corporaciones no se recurría a una vestimenta en particular —salvo para las celebraciones de Semana Santa, y en el caso de las terceras órdenes, en cuanto al uso del sayal o el hábito de tercero— las asociaciones sacramentales hicieron del uniforme casi militar un privilegio que las distinguía visual y jerárquicamente de otras corporaciones. La fiesta titular del Santísimo Sacramento, es decir, la fiesta de Corpus Christi sufrió diversas modificaciones, todas ellas enfocadas en moderar los gastos y los excesos en la procesión misma, novedades muy acordes a las directrices ilustradas, que señalaban la necesidad de reducir el boato y los excesos al festejar. Estas limitaciones iban acordes también al espíritu mismo de las nuevas congregaciones: el constante cuidado y caridad para con el Santísimo Sacramento hacía cada vez menos necesario exagerar su culto público a través de procesiones y llamativas fiestas.
Por su parte, las Escuelas de Cristo apelaban a una práctica devocional moderada e incluso más privada, al celebrarse los ejercicios de meditación de manera interna y no públicamente. Si bien su estructura era bastante jerárquica, lograban conjuntar un interés primordial para la Corona y el arzobispado: contribuir a la instrucción religiosa de pastores y ovejas, es decir, de religiosos y de los mismos feligreses. Notable es también que se determinara que los discípulos hicieran sus ejercicios los jueves por la tarde para no distraerlos de sus obligaciones laborales o cotidianas. Las disciplinas o ejercicios debían hacerse, en el caso de los hombres, una vez concluidas sus “ocupaciones de la calle”, mientras que las mujeres podían realizarlos después de acudir a la Vemos aquí la aparición de un pensamiento más de tipo económico, en donde los fieles debían ser productivos siempre dentro de la idea de la utilidad para el reino.
Dirigidas idealmente a varones, las Escuelas de Cristo se adaptaron y lograron abrir espacios para las mujeres, dada la preocupación —propia de la época— por mejorar e incrementar su instrucción religiosa. Resalta a su vez una nueva concepción de feligrés ideal: de acuerdo con los postulados borbónicos, que apostaban por una mayor regulación y control de la espiritualidad, pensada casi en su carácter primitivo, se tenía en mente que los feligreses se dedicaran al recogimiento espiritual, que fuesen “devotos, piadosos, caritativos, modestos, templados, sufridos y Del mismo modo, se les instaba a realizar las penitencias corporales en la mayor secrecía, evitando exteriorizar la penitencia mediante gestos o gritos. Se recomendaba a los ejercitantes evitar “ponerte en cruz, besar el suelo, abofetearte, etc., dejando todo esto para el retiro de tu casa, dónde lo podrás hacer sin causar nota, distracciones y Como se ha estudiado recientemente, existió un esfuerzo notable por educar o moderar los sentidos y los gestos humanos. Así, el uso de las manos, de la voz (moderándola o recomendando el silencio) y las censuras o críticas a la vestimenta configuraron, a través de la censura y el control, un modelo de feligrés católico a finales del siglo xviii (Carbajal, 2015: 371-393).
Es notorio el énfasis en promover la modestia y la caridad, valores que los críticos de las asociaciones seglares resaltaron de manera importante dentro de las reformas a las que fueron sujetas las cofradías y hermandades, corporaciones que a diferencia de las Escuelas de Cristo fueron criticadas precisamente porque en su práctica religiosa carecían justamente de modestia y casi no se inclinaban a la caridad. Por su parte, las Escuelas de Cristo eran asociaciones cuya práctica espiritual era “más interior, y retirada y su principal instituto son los ejercicios de mortificación y Por ello en sus constituciones anotaban no recurrir a fiestas ni mucho menos ejercer gastos superfluos para efectuarlas, en plena evocación de la pobreza y humildad de Cristo, pues el alboroto y la vanidad se consideraban opuestos al propósito de dicha escuela. En cuanto a las celebraciones dedicadas a santos y a la virgen se recomendaba colocar un altar sencillo, “devoto, decente y pobre”, con 24 velas o luces, omitiendo para ello grandes gastos o mayores Así, el boato se desplazaba paulatinamente por la moderación.
Por último, cabe anotar que dentro del proceso de reorganización de las cofradías tanto las congregaciones sacramentales como las escuelas de Cristo no fueron severamente perseguidas ni reformadas, sino todo lo contrario. Estas se mostraron interesadas en apegarse a los lineamientos reales, que establecían que debían ser fundadas siempre con la anuencia del rey y el arzobispo. Dadas sus características y organización ambas corporaciones se insertaban dentro de los requerimientos espirituales de la época. Contaban con algunas limosnas a manera de fondos, muy lejanos en cuantía a los que poseían cofradías y hermandades, por lo que no fueron objeto de fiscalización. De este modo, las congregaciones sacramentales y las Escuelas de Cristo fueron espacios alternos a las asociaciones seglares ya existentes, dentro de los cuales fieles y clérigos podían mejorar su instrucción espiritual, siempre en pos de la renovación de la práctica religiosa promovida por la Corona y la Iglesia. Queda por conocer su trayectoria en los primeros años del siglo sus transformaciones y, particularmente, la importancia y las interacciones de estas asociaciones respecto a la cambiante feligresía de la ciudad de México cuya existencia y vida espiritual —a la par de la vida política— se vieron afectadas por los sucesos acaecidos que derivaron en la transición al México independiente.
Fuentes consultadas
Documentos de archivo
agn | Archivo General de la Nación, México Bienes Nacionales, vol. 113, exp. 2. Bienes Nacionales, vol. 117, exp. 33. Bienes Nacionales, vol. 851, exp. 17. Clero regular y secular, vol. 72, exp. 13. Cofradías y archicofradías, vol. 18, exp. 7 y 13 Templos y conventos, vol. 224, exp. 5. |
agi | Archivo General de Indias, Sevilla mp -Uniformes, 99. |
bnm | Biblioteca Nacional de México, México Constituciones de la Congregación y Escuela de Cristo, fundada bajo del patrocinio de la Santísima Virgen María, Nuestra Señora, y del Glorioso San Felipe Neri (1735), México, reimpreso con las licencias necesarias por don Joseph Bernardo de Hogal. Constituciones de la Congregación y Escuela de Cristo Señor Nuestro, fundada bajo el patrocinio de la Santísima Virgen María Nuestra Señora, y del glorioso san Felipe Neri. Salen a la luz en esta reimpresión para utilidad y aumento de la Santa Escuela, a expensas de la de Nuestro Santo Padre San Francisco de México, fundada con autoridad apostólica y dedicada a la Santísima Señora en su imagen de Guadalupe (1758), México, Imprenta del Nuevo Rezado de los herederos de Doña María de Rivera. Despertador de la vida espiritual que según sus reglas, sigue la santa Escuela de Cristo, canónicamente fundada en el convento del Espíritu Santo de esta corte. Dedicado a su patrón el gloriosísimo señor san Felipe Neri, a quién, a expensas de varios discípulos, y en nombre de su junta de ancianos, rendidamente lo ofrece el bachil er fray Francisco Espinosa y Rosal, discípulo también [aunque el más indigno] de dicha Santa Escuela (1765), México, Imprenta de los herederos de doña María de Rivera. Constituciones de la Santa Escuela de Christo Señor Nuestro, que se halla fundada con autoridad ordinaria, en la Iglesia del Gran Padre San Camilo de Lelis, de esta corte. Escribiólas un discípulo de la misma escuela, y las consagra a el purísimo corazón de Jesús (1765), México, Imprenta Real del Superior Gobierno y del Nuevo Rezado de los herederos de doña María de Rivera. Desagravios de Christo señor Nuestro, o manual de ejercicios espirituales que para ocupar debidamente y con fruto el santo tiempo de la cuaresma, lo da a luz la Santa Escuela del Corazón de Jesús, sita en la iglesia parroquial de San Sebastián de esta corte, quien lo dedica al prodigioso apóstol de oriente, San Francisco Xavier (1780), México, en la Imprenta Nueva Madrileña de don Felipe de Zúñiga y Ontiveros. |
Bibliografía
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Notas
* Doctorado en Historia, Universidad Nacional Autónoma de México.
¹ Sacramento establecido durante la última cena, en la que Cristo, después de bendecir el pan y el vino, declaró a sus apóstoles que les daba su propio cuerpo y su propia sangre. Así, al recibir los fieles la ostia y el vino, estaban venerando a Cristo. A esta acción se le conoce como transubstanciación, esto es “que por la consagración del pan y del vino, se convierte toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de nuestro señor Jesucristo, y toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre”, El Sacrosanto y Ecuménico Concilio de sesión
xiii
, 1847, p. 117.
² Archivo General de la Nación de México (en adelante,
agn
), Clero regular y secular, vol. 72, exp. 13.
³ N. del E.: En la época se utilizaba la expresión “Del comercio” para referirse a quienes se dedicaban a la actividad comercial o poseían un negocio (sin que forzosamente fueran vendedores o estuvieran al frente del negocio).
⁴
agn
, Bienes Nacionales, vol. 113, exp. 2.
⁵ Un peso para la de la Santa Veracruz.
⁶
agn
, Bienes Nacionales, vol. 113, exp. 2.
⁷ “Casaca y calzones colorados, chupa vuelta y collarín blanco, guarnecido d galón de oro y botón de lo mismo; el collarín blanco si acaso fuese asequible y por insignia, un relicarito o medalla en los pechos”, descripción dada sobre el uniforme de los lacayos de la congregación del Santísimo de Veracruz (no confundir con la parroquia capitalina), Archivo General de Indias (en adelante,
agi
), mp-Uniformes, 99.
⁸
agn
, Bienes Nacionales, vol. 117, exp. 33.
⁹
agn
, Bienes Nacionales, vol. 113, exp. 2.
¹⁰
agn
, Clero Regular y Secular, vol. 72, exp. 13. Este artículo finalmente se suprimió.
¹¹
agn
, Cofradías y archicofradías, vol. 18, exp. 13.
¹²
agn
, Bienes Nacionales, vol. 851, exp. 17.
¹³ Biblioteca Nacional de México (en adelante,
bnm
), Constituciones de la Congregación y Escuela de 1735.
¹⁴
bnm
, Constituciones de la Congregación y Escuela de 1735.
¹⁵
agn
, Templos y conventos, vol. 224, exp. 5.
¹⁶
bnm
, Despertador de la vida 1765, p. 5.
¹⁷
bnm
, Desagravios de Christo señor 1780, pp. 14-15.
¹⁸
bnm
, Constituciones de la Congregación y Escuela de Cristo Señor 1758, pp. 5.
¹⁹
bnm
, Desagravios de Christo señor 1780, pp. 14.
²⁰
bnm
, Constituciones de la Congregación y Escuela de Cristo Señor 1758, pp. 66.
²¹
bnm
, Constituciones de la Santa Escuela de Christo Señor 1765, pp. 43.